sábado, 7 de mayo de 2011

Libro


Reacciona
10 razones por las que debes actuar frente a la crisis económica, política y social
Ed. Aguilar

José Luis Sampedro, Javier Pérez de Albéniz, Javier López Facal, Carlos Martínez, Ignacio Escolar, Rosa María Artal, Àngels Martínez i Castells, Juan Torres López, Baltasar Garzón, Federico Mayor Zaragoza, Lourdes Lucía

«Frente a los peligros que afrontan nuestras sociedades interdependientes es tiempo de acción, de participación, de no resignarse».
Stéphane Hessel

Reacciona trata de clarificar y encauzar la pesadumbre de un sector creciente de la sociedad española con la crisis económica, política y social que estamos viviendo, con la crisis del sistema. Y varios factores están en juego: nuestra estabilidad, el equilibrio global, una generación de jóvenes sin futuro y el futuro mismo. Una mezcla singular de especialistas, un comité de sabios, entre los que destacan José Luis Sampedro o Baltasar Garzón, que nos brinda diez respuestas con una idea común: la necesidad de tomar postura y actuar, de concienciarnos y despertar pues todavía hay esperanza, hay soluciones. Una ciudadanía informada y responsable puede impedir los atropellos. Todos con un mismo rumbo, con un objetivo claro: defender la dignidad, la democracia y el bien común. Ha llegado el momento. El primer paso es reaccionar.


jueves, 5 de mayo de 2011

"Vamos a hacer dinero" ("Let’s make money") Comentario


"Vamos a hacer dinero" ("Let’s make money"), E. Wagenhofer.
El saqueo del capitalismo


Kepa Arbizu - Tercera Información

El documental austriaco muestra las múltiples consecuencias del sistema capitalista.

Es prácticamente irremediable a la hora de hablar de “Vamos a hacer dinero"(Let’s make money)” no caer en comparaciones con el documental “Inside job”. Ambos abordan el sistema financiero y sus derivaciones como centro de su reflexión, aunque con diferencias más que obvias entre ambas. Esto no quiere decir que la producción austriaca nazca a rebufo de la norteamericana ya que está realizada en el 2008. Lo que sí crea más dudas es el motivo por el que se estrena ahora en nuestras pantallas, en este caso sí es más que probable que persiguiendo la estela del éxito de la obra de Feguson.

Centrándonos en el documental dirigido por Erwin Wagenhofer, que ya en su anterior producción “We feed the world” analizaba el cambio sucedido en la producción de alimentos, hay que especificar que no se centra en la crisis económica actual, o por lo menos no es su prioridad, en esta ocasión lo es hacer una mirada crítica al neoliberalismo, su forma de imponerse en todos los rincones del mundo y las consecuencias que eso trae. Estamos por la tanto ante una película de un claro carácter anticapitalista.

Dividido en varios capítulos, con títulos reflexivos, se podría hablar de dos partes bien diferenciadas. La primera de ellas hace referencia a la dicotomía entre países ricos y pobres y la manera en que el desarrollo de los primeros se nota en los otros. La segunda y última se centrará en ejemplos occidentales donde el capitalismo deja sus consecuencias. En ambos casos serán las declaraciones de profesores de diferentes disciplinas, expertos económicos, representantes de las multinacionales o miembros de plataformas sociales las que articulen el mensaje.

Los primeros planos del filme, de los más logrados por su poder simbólico, son un buen resumen de su tesis, en ellos aparecen trabajadores de bajo nivel que son los encargados de “fabricar” el dinero y extraer las materias primas que rápidamente desaparecen de sus manos. Más tarde será el momento de la India, en el que se nos muestra las dos cara de la moneda, inversores extranjeros que se complacen de un régimen que les da prevendas para invertir y una representante local que se queja de que un país llamado en expansión reparte sus beneficios entre las multinacionales y no para sus ciudadanos que siguen en la miseria. Caso parecido al de las personas encargadas de recoger algodón de Burkina Faso que explican a la perfección que en el pasado fue el colonialismo el que les hacía esclavos y hoy es el FMI. Entre ambos casos se muestra algunos de los centros financieros del mundo como la “City of London”, centro financiero inglés. De esta manera se refleja el antagonismo de un sistema que crea su riqueza a base de la pobreza de los demás.

Por la otra parte se mostrarán diferentes maneras en las que el capitalismo deja sus consecuencias en las propias sociedades occidentales. El caso de la privatización de los medios de transporte públicos en Austria (extensible a todo centroeuropa) ; la construcción masiva en España, llenando de hormigón el litoral incluso algunas zonas protegidas por su valor medioambiental, que ha traído consigo la conocida como burbuja inmobiliaria ; la bajada de salarios en toda Europa con la excusa de la competitividad y la aparición de un nuevo mercado con la subida de los ingresos gracias a las grandes ganancias de las empresas, el de los fondos de inversión, que dado su carácter volátil en época de crisis tiende a desmoronarse.

De epílogo hacen las palabras de Hermann Scheer, representante en el Bundestag. En ellas advierte que sólo una distribución de la riqueza equitativa podrá facilitar que se cumpla aquello que dice la declaración de los derechos humanos de que todos somos iguales ante la ley. El sistema actual acentúa cada vez más las diferencias entre personas e instaura un exterminio diferente en forma pero igual en el fondo que las grandes guerras.

"Vamos a hacer dinero”está construido como una concatenación de declaraciones e imágenes en las que prescinde por completo de la música. Volviendo al principio y en su comparación con “Inside job” sale perdiendo en varios aspectos. El más importante es la falta de una narración que supere la mera exposición de imágenes y que de al conjunto un ritmo y un camino por el que avanzar. A la larga da la sensación algo deslavazada a lo que ayuda también la decisión de no delimitar algo el tema ya que en menos de dos horas trata hacer una visión global del capitalismo.

Lo dicho no significa que la obra de Wagenhofer no sea igualmente necesaria, de hecho en su discurso político es mucho más vehemente y se encamina más a la raíz de la cuestión que el ganador de un óscar. El problema es que, por decirlo de alguna manera, su forma de presentarla no logra “atrapar” del todo y por lo tanto el “mensaje” sufra las consecuencias. Con todo, ambas, cada uno a su manera, una desde un punto de vista más particular y otro más genérico y reivindicativo, son miradas necesarias sobre la esencia perversa del mundo financiero.

Fuente: http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article24498


lunes, 2 de mayo de 2011

Deliberación moral y crisis del capitalismo

Toda culpa reclama un rostro. Y también una expiación. En estas mismas páginas, ha dicho Antón Costas en un soberbio artículo, Quiebra moral de la economía de mercado (EL PAÍS, 18 de abril), que hasta que la sociedad no manifieste su indignación contra el capitalismo financiero y la política no recobre su autonomía frente a este, no podrá darse una salida a la crisis, que ha de venir de una refundación moral de la economía de mercado. Los comentarios que siguen pretenden mostrar que esa quiebra moral que con mucha razón se predica de nuestra sociedad y del sistema económico que la sustenta, y la consiguiente destrucción de valores con que se retroalimenta, han tenido necesariamente que originarse en un colapso de nuestra capacidad y calidad deliberativas. En la antigüedad, la deliberación moral era considerada imprescindible para guiar la acción, y la ausencia de la misma se calificaba como imprudencia. El hombre prudente era, precisamente, el capaz de deliberar con rectitud de juicio, equidad, inteligencia crítica y conocimiento práctico. La prudencia así entendida es inseparable de la acción.

Los valores no nacen ni mueren; no son realidades objetivas ni existen exclusivamente en nuestras mentes; los valores se construyen por medio de procesos de deliberación individuales (esto es, de uno consigo mismo) o colectivos (de uno con otros o incluso de todos con todos). El hombre, a través de la interacción de deliberación y acción, realiza valores. Así es como progresa moral y a la postre materialmente la sociedad. La crisis ha puesto al desnudo nuestra incapacidad de realizar valores y nuestro empeño en producir disvalores. Y en ello vienen incidiendo, desde hace tiempo en Occidente, al menos tres factores que han estallado en la línea de flotación de nuestros principios morales. El primero ha sido la confusión de prudencia y ciencia. Los economistas académicos, los banqueros, las agencias de calificación, los propios Gobiernos y el consumidor en general han aceptado -más o menos interesadamente- como conocimiento "científico" que orienta y determina su conducta, unos modelos de decisión y comportamiento económico-financiero que se fueron gestando desde mediados del siglo pasado, y cuyo núcleo puede resumirse, simplificando mucho, en la asunción de una racionalidad maximizadora de los agentes, de una eficiencia perfecta en la asignación de recursos por los mercados, de la posibilidad técnica de descorrelacionar rentabilidad y riesgo, y de la superioridad financiera de la deuda en la creación de riqueza. Fue Aristóteles, el primer gran promotor de la prudencia como instrumento de deliberación para la acción, el que descartó tajantemente su aparejamiento con el conocimiento apodíctico propio de la sabiduría y la ciencia. Estas últimas tratan de lo necesario, mientras que la prudencia, la deliberación, versan sobre lo contingente. Al elevar a categoría de ciencia modelos que funcionan en el mundo de lo contingente, el hombre de hoy ha prescindido de deliberar y se ha dejado cómodamente llevar por aquello que los modelos predecían. Y al evadirse de un principio básico de la deliberación critica, a saber, asumir la responsabilidad final de las acciones, poniéndola en manos de modelos artificiales, poco le ha costado desprenderse de la siempre dura obligación de oponerse o descartar aquellas prácticas o acciones conflictivas con nuestros valores. De esta forma, hemos causado entre todos una enorme bola de fuego que se ha llevado por delante buena parte de lo construido durante décadas. Y digo entre todos porque -si bien en muy diferente grado- es irresponsable e imprudente el que da vueltas a un crédito con el exclusivo objeto de lucrarse, pero también el que lo acepta sabiendo que no podrá devolverlo. Y en esto disiento de aquellos que señalan como únicos responsables del marasmo a los representantes del denostado entramado financiero. El mundo financiero tiene desde luego una responsabilidad moral determinante, absoluta y final sobre lo que ha acontecido, pero eso no quiere decir que los muchos que se han dejado llevar por el espejismo del dinero fácil, los que han aceptado subirse a la ola mirando hacia otro lado y sin decir ni pío, no deban asumir la suya. En un sistema auténticamente ético la expiación de unos no exime de responsabilidad al resto; más bien al contrario, afirmaciones de esa guisa ofrecen la perfecta coartada al hombre-ausente para desvincularse de su propia responsabilidad moral.

Una segunda razón que ha eclipsado la práctica de la deliberación crítica en estos años ha sido el conformismo o la comodidad moral. En todo proceso de deliberación hay dos partes, una emocional y otra intelectual. John Dewey llamó a lo primero "valorar" y a lo segundo "valoración". Valorar es lo que hacemos intuitivamente al percibir un estado de cosas que nos incita a la acción. Las emociones, los hábitos, las costumbres generan una primera reacción, una propuesta inmediata para nuestra acción. Pero si no interviene la parte racional de nuestro cerebro, el proceso queda incompleto, no hay valoración propiamente dicha y, consecuentemente, no hay acción prudente. Pensar se ha vuelto doloroso, acaso peligroso, en los días que vivimos; ponderar, imaginar cursos de acción, valorar alternativas, prever consecuencias y tomar iniciativas no está a la altura de los tiempos; es menos costoso y arriesgado mantenerse a rueda. La actitud habitual del hombre de hoy es la de un polizón (free-rider) que trata de apropiarse de los beneficios del esfuerzo deliberativo y las acciones de otros sin incurrir en ninguno de los costes necesarios para generarlos. Así, cada vez menos votantes acuden a las urnas, cada vez menos accionistas elevan su voz en las juntas y cada vez menos lectores reclaman independencia y objetividad a sus medios. Un sistema que aspira a la regeneración moral, necesita que sus miembros asuman el coste a corto plazo de significarse, decir no cuando proceda y proponer estrategias alternativas. La buena deliberación no sólo consiste en elegir los medios adecuados para los fines deseados, sino también y sobre todo en analizar críticamente y decidir cuáles deben ser esos fines. Y nadie que no seamos nosotros mismos puede o debe hacerlo. El hombre peleó durante siglos para desprenderse del yugo moral de la religión y no tendría sentido entregarse ahora al de la indiferencia o la inacción.

El tercer escollo a nuestra capacidad de reacción es, precisamente, nuestra incapacidad para aceptar el fracaso moral, aprender de él y tomar medidas para superarlo. Es bastante habitual reconocer que uno aprende de los errores y no tanto de los éxitos. Pero otra cosa es el fracaso. Nos cuesta asumirlo pues creemos que se trata de una mancha irreversible, el principio del fin de nuestra intocable autoestima. Pero al igual que los individuos, las sociedades también se regeneran moralmente y para hacerlo necesitan digerir y aprehender los fracasos colectivos. También aquí la deliberación crítica juega un papel esencial. De la misma forma que todas las épocas de progreso intelectual, moral y al final material han estado precedidas por etapas de intensa deliberación individual y colectiva, también el renacimiento moral de las sociedades ha requerido -como ocurrió, por ejemplo, en la Alemania de posguerra- una vuelta del pueblo a la reflexión y deliberación críticas.

El resultado de estas tres limitaciones es bien conocido. La estructura de nuestros valores ha cambiado drásticamente. Los valores instrumentales, a saber, los que se intercambian y miden por unidades monetarias, han eclipsado a los valores intrínsecos, aquellos que son valiosos por sí mismos con independencia de su soporte. Un sistema de valores puramente instrumental empobrece al individuo y a la sociedad, trunca su capacidad de revolverse y luchar en las crisis, y desactiva el proceso de deliberación crítica. Es como un círculo vicioso: a menor capacidad y calidad de deliberación, mayor el peso de los valores instrumentales en nuestras vidas; en el límite, en un mundo puramente instrumental, la deliberación moral perdería buena parte de su sentido, se transformaría en una mera discusión técnica, en la búsqueda de los medios óptimos para producir valor instrumental puro. Esa sociedad seria inhumana; eficiente, pero poco equitativa. Si no queremos llegar a ella, empecemos por asumir el fracaso. Que los políticos recuperen su autonomía y que los financieros expíen su culpa, como reclama el profesor Costas; y que la indignación y la resistencia pasiva jueguen su papel dinamizador y revolucionario. Pero si los valores se construyen y realizan con base en procesos de deliberación moral, que cada uno en su círculo, organización o área de influencia se aplique a ello. La refundación moral de un sistema dinámico de relaciones multipolares y multipersonales, que es en lo que ha devenido el capitalismo, demanda un cambio generalizado de actitudes, y este pasa necesariamente por una recuperación de la facultad deliberativa crítica del individuo.

Santiago Eguidazu es alumno de la Escuela de Filosofía.

Fuente: El País