sábado, 29 de octubre de 2011

Libro: "Decrecimiento. 10 preguntas para comprenderlo y debatirlo"


Decrecimiento.
10 preguntas para comprenderlo y debatirlo

D. Bayon, F. Flipo y F. Schneider
Ed. El Viejo Topo 

El término “decrecimiento” hace referencia a un movimiento intelectual y militante que estima que la crisis climática y el callejón sin salida del modelo capitalista sólo podrán ser superados al precio de abandonar el actual modelo de desa­rrollo productivista y de sus fundamentos: el culto fetichista del crecimiento y la creencia ciega en los inacabables beneficios del progreso tecno-científico.
“Peligrosa utopía”, “proyecto reaccionario”, “tonta ilusión” son calificativos que se han utilizado para desacreditar este movimiento, el cual ha suscitado una condescendiente sonrisa irónica o una instintiva desconfianza en el medio político tradicional y en buena parte del mundillo intelectual.
Lo que convierte a este libro en un instrumento definitivo para comprender de qué se habla cuando se habla de decrecimiento, rompiendo malentendidos y prejuicios, es que responde con argumentos a una serie de cuestiones clave de forma diáfana, sencilla pero rigurosa. Diez preguntas tales como:

1. ¿Qué significa “decrecimiento”?
2. El decrecimiento, ¿una idea nueva o una idea reaccionaria?
3. ¿Por qué decrecimiento y no “desarrollo sostenible”?
4. ¿Constituye el decrecimiento el final del progreso científico y técnico?
5. El decrecimiento ¿es un malthusianismo?
6. El decrecimiento ¿es privación o alegría de vivir?
7. ¿Significa recesión, desempleo, el fin de la economía de mercado?
8. ¿Es aplicable a los países del Sur?
9. ¿No implica una visión dirigista o autoritaria de la política?
10. ¿Qué significa concretamente una política de decrecimiento?
 

sábado, 22 de octubre de 2011

jueves, 20 de octubre de 2011

Salir de Termidor

Nota SinPermiso: Esta semana ha aparecido el ensayo Un Largo Termidor. La ofensiva del constitucionalismo antidemocrático (Trotta, Madrid, 2011) de Gerardo Pisarello, profesor de derecho constitucional y miembro del Comité de Redacción de SinPermiso. Al hilo de la contraposición clásica entre democracia y oligarquía, el libro analiza la genealogía político-constitucional de los ataques al principio democrático así como de las resistencias que estos han suscitado. Reproducimos, a continuación, la presentación escrita por el propio autor para el blog de la editorial (http://www.trotta.es/blog/)
*
La agudización de la crisis ha colocado a la democracia en el centro de una áspera disputa. En Nueva York y Atenas, en El Cairo y en Madrid, en Marsella, Londres, Barcelona o Reikavik, miles de jóvenes precarios, trabajadoras y trabajadores despedidos, maestros, pensionistas, personas hipotecadas e inquilinos expuestos al desahucio, artistas, migrantes, periodistas e internautas, vecinos afectados por la privatización o el deterioro de la sanidad, la educación, el agua o el transporte, denuncian la degradación de la vida política y económica. Afirman que no quieren ser “una mercancía en manos de políticos y banqueros”. Y exigen, en un grito que atraviesa el planeta: “¡Democracia real ya!”.

Esta demanda democratizadora contrasta de manera visible con el desconcierto o la pasividad de las clases gobernantes. En su boca, la democracia continúa presentándose como el más legítimo de los regímenes políticos. Mientras tanto, el grueso de los elementos con los que ésta suele identificarse –el gobierno de las mayorías, el pluralismo político, la protección de las minorías vulnerables, la vigencia de libertades públicas amplias- se encuentra en crisis. Decisiones cruciales para la seguridad material y la autonomía de amplios sectores de la población son adoptadas por grupos privados carentes de legitimidad electoral o de control ciudadano alguno. Entidades financieras, grandes inversores, oligopolios informativos, agencias de calificación de deuda, empresas transnacionales, concentran un poder inédito, capaz de colonizar partidos, parlamentos y tribunales y de reducir consignas como las de “una persona un voto” a poco menos que quimeras.

Naturalmente, la percepción de estos fenómenos está condicionada por la idea de democracia que se profese. Las concepciones liberal-tecnocráticas dominantes, de hecho, minimizan esta distancia entre el ideal democrático y su práctica efectiva. Para ello, suelen reducirlo a una simple técnica de recambio periódico de las élites gobernantes. Esta concepción restrictiva de la democracia, que permite descalificar como demagógica o maximalista cualquier crítica que pretenda mirar más allá de estas premisas, oculta, no obstante, su sentido histórico profundo. Y acaba por dar cobertura a regímenes que, cada vez más, operan como oligarquías isonómicas, es decir, como regímenes controlados por minorías económicas que apenas admiten, de manera selectiva, el disfrute de algunas libertades públicas.


Esta tensión entre democracia y oligarquía, o si se prefiere, entre Constitución democrática y Constitución oligárquica, no es desde luego nueva. Fue lúcidamente entrevista por pensadores como Aristóteles y atraviesa la historia de la humanidad desde la antigüedad hasta nuestros días. En ella no faltan, al igual que hoy, teorías y prácticas empeñadas en despojar al principio democrático de su componente igualitario y emancipatorio, marginándolo o reduciéndolo a una pieza inofensiva de la organización social. Estos intentos se han presentado bajo diferentes ropajes. Como necesario antídoto contra la “tiranía de las mayorías”. Como defensa de la Constitución mixta frente a la Constitución popular, siempre expuesta a los “humores de la multitud”. O simplemente como una apuesta por la democracia limitada, moderada, frente a la extremista democracia pura o absoluta. Dispuestos a ganar el sentido común, estos argumentos han intentado cubrirse con la bandera de la moderación, del rechazo a la hybris, al exceso. Pero han dado voz, invariablemente, a temores e intereses exaltados, vinculados a posiciones elitistas y a plutocracias de diverso signo.

Que para identificar esta persistente corriente antidemocrática se evoque a Termidor no es baladí. Termidor fue el mes –según el calendario revolucionario francés- en que tuvo lugar el golpe de Estado de 1794 contra el movimiento democrático que surgió de la caída de la Monarquía y de la proclamación de la República. Dicho golpe supuso la interrupción de un proceso vigoroso de lucha por la extensión de los derechos políticos y sociales de la población, comenzando por sus miembros más vulnerables. Desde entonces, Termidor ha quedado identificado con los procesos de desdemocratización realizados en nombre de la gran propiedad y del gobierno de los notables (y a veces, también, con la degradación burocrática y despótica de las reacciones contra otras tiranías o plutocracias).

De ahí su importancia en los tiempos que corren. Y es que la llamada globalización neoliberal, el capitalismo financiarizado al que ha dado lugar, también podrían considerarse el último capítulo de un largo Termidor. De una honda recomposición en las relaciones de poder que, apelando al ideal democrático, ha acabado por desnaturalizarlo en beneficio de un orden constitucional con fuertes componentes oligárquicos. Esta contrarreforma tiene una fuerza innegable. Pero no es inevitable ni irreversible. Como ocurre con otros conceptos usados en vano, la noción de democracia puede ser rehabilitada, rescatada del naufragio. Para comenzar, si se vincula a su mejor herencia histórica. La que entronca con el constitucionalismo revolucionario de los siglos XVII y XVIII, con el constitucionalismo democrático republicano de entreguerras, en el siglo XX, e incluso con experiencias como las del llamado nuevo constitucionalismo latinoamericano, ya en el siglo XXI. La que va de Efialtes y Aspasia de Mileto a Thomas Paine y Karl Marx, de Flora Tristán y Rosa Luxemburg a Patrice Lumumba y Martin Luther King. Ello nos ayudaría a verla, no ya como un simple mecanismo de renovación de élites, sino como una inveterada tradición emancipatoria. Una de las pocas quizás, capaz de abanderar hoy las exigencias de millones de mujeres y hombres a favor del autogobierno político y económico de todas las personas y pueblos y de la reproducción sostenible de la vida en el planeta. 

Gerardo Pisarello, profesor de derecho constitucional de la UB, es miembro del Comité de Redacción de SinPermiso.
Fuente: http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4497
http://www.trotta.es/pagina.php?cs_id_pagina=19&cs_id_contenido=33372

sábado, 15 de octubre de 2011

15-O.


15-O
Forges
El País

viernes, 14 de octubre de 2011

Libro: ¿Quiénes son los mercados y cómo nos gobiernan?


¿Quiénes son los mercados y cómo nos gobiernan?
Once respuestas para entender la crisis
Autores: Antonio Sanabria Martín, Luis Buendía García, Nacho Álvarez Peralta, Ricardo Molero Simarro y Bibiana Medialdea García (coordinadora).
Icaria/ Asaco
Nunca antes, los medios de comunica­ción y los políticos profesionales nos han ha­blado tanto de economía, pero por más que leemos y escuchamos no nos dan las claves para contestar a las preguntas fundamentales, o  tan siquiera informaciones que nos llevarí­an a planteárnoslas. Por el con­trario, la economía se nos presenta como algo oscuro, técnico, casi sobre­na­tural; en cualquier caso, indiscutible.

Con la intención de ha­cerlo de la for­ma más directa y clara posible, este li­bro se ha or­ganizado en tor­no a 11 pre­­guntas bá­sicas, que intentan aportar algunas cla­ves fundamentales para com­prender  “quiénes son los mer­cados y cómo nos gobiernan”.

Sobre el grupo de autores cabe des­tacar la coincidencia de dos ele­men­tos, que explican su trayec­toria de trabajo conjunto. Por un lado, su formación: académica, en el Depar­tamento de Economía Aplicada I de la UCM; y política, en el seno del movimiento estudiantil y en torno a la asociación Economía Alterna­tiva. En segundo lugar, su constante y muy temprana vocación divulgativa; el afán por “bajar la economía a la calle”, pero sin renunciar a los requisitos básicos exigibles a toda labor investigadora.
 Comentario
¿No estará siendo todo simplemente un robo?
Luis Alegre Zahonero
Rebelión
   
Quienes no somos economistas estamos de enhorabuena. La publicación del libro Quiénes son los mercados y cómo nos gobiernan , coordinado por Bibiana Medialdea, es un foco de luz apuntando a los mecanismos básicos con los que, de un tiempo a esta parte, no han parado de vapulearnos. En las páginas de los periódicos nos encontramos cada mañana con una especie de parte médico diario sobre el estado de ánimo de los mercados. Pasamos el día pendientes de si están nerviosos, irritados, abatidos, eufóricos, o si está a punto de darles de nuevo un ataque de histeria que nos va a arruinar la vida a todos. Resulta sin duda inquietante depender a vida o muerte de alguien con ese cuadro psiquiátrico y que no sabemos quién es. Lo único que conocemos, al parecer, es la terapia adecuada: inyectarle dinero constantemente como el que administra la dosis diaria de tranquilizantes. Así, hay que ajustar salarios, reducir pensiones, ampliar la edad de jubilación, recortar en sanidad, desmantelar la educación y liquidar todos los bienes públicos para preparar las inyecciones que necesita ese loco de atar en cuyas manos estamos. 

Lo cierto es que todos (también quienes no somos economistas) estamos ya desde hace tiempo con la mosca tras la oreja. Sospechamos que detrás de todo esto se esconde una gigantesca estafa, pero escuchamos las explicaciones con la misma desconfianza e impotencia con la que cualquier labriego ha escuchado siempre las explicaciones que le daban el terrateniente o el hombre de negocios de la ciudad: sabiendo que es todo mentira pero ignorando los detalles que nos permitirían confrontar la explicación.

A este respecto, Quiénes son los mercados y cómo nos gobiernan resulta luminoso. En efecto, se trata de un libro que llama la atención por su sencillez y claridad. Esto, sin duda, constituye un mérito de los autores, pero no tanto por la transparencia de su (digamos) “estilo literario” como por la precisión con que analizan lo indignantemente simple que, en el fondo, es la cosa misma. A este respecto, junto con la claridad, lo que más se agradece en el libro es el extraordinario rigor teórico con el que se abordan las cuestiones. Ciertamente, en los tiempos que corren, cuando los hechos desnudos nos dan la razón con tanto empeño, no hay peor negocio que la propaganda. Pero, en esta ocasión, nos encontramos con el rigor académico del que este grupo de economistas ha hecho gala en trabajos de investigación anteriores (como, por ejemplo, el libro Ajuste y salario: las consecuencias del neoliberalismo en América Latina y Estados Unidos, Fondo de Cultura Económica, Madrid, 2009), puesto ahora al servicio de explicarnos quiénes son los mercados, por qué las agencias de calificación tienen tanto poder, cómo una crisis financiera en EEUU llegó a convertirse en una grave crisis financiera y económica mundial, cuál es el papel de los bancos en la crisis, por qué ahora son los estados los que están en crisis, por qué hay amenazas sobre España si su deuda pública no es elevada, cómo se concreta la dictadura de los mercados y por qué la suspensión de pagos de un país europeo pone en peligro al euro, que son las 8 preguntas a las que se contesta antes de pasar, en los tres últimos capítulos, a plantear posibles salidas y soluciones.

En definitiva, basta aclarar cómo y por qué han ocurrido las cosas para entender de inmediato que perfectamente podrían haber ocurrido, y podrían ocurrir, de un modo distinto. En efecto, basta el análisis del propio mecanismo de saqueo para comprender que en absoluto es inevitable: los estados podrían haber decidido no asumir el coste de los rescates financieros ni cargar con una deuda que no era suya; el BCE podría financiar a los Estados al menos en las mismas condiciones en que inyecta dinero a las entidades privadas; podríamos volver a cobrar impuestos a los grandes capitales en vez de optar por pedirles el dinero prestado; puestos a pedirles prestado, podríamos no habérselo prestado nosotros antes 5 veces más barato; podríamos incluso habernos quedado con la banca que hemos tenido que pagar; con sus activos inmobiliarios se podría generar un parque público de alquiler... etc. Con algunas de estas medidas se podría evitar, por ejemplo, que la misma familia tenga que entregar su vivienda al banco, tenga que seguir de todos modos pagando el crédito hipotecario (por no establecerse la dación en pago), tenga además que comprar el banco entero con sus impuestos, no pueda reclamar ninguna propiedad sobre él y, además, tenga que hacer todo esto a la intemperie.

Ni las versiones del comunismo más disparatadas, esas que nos harían compartir a todos el mismo cepillo de dientes, podrían competir en radicalidad con el capitalismo en su versión financiera. En estas condiciones, averiguar quiénes son y cómo gobiernan es ya un acto revolucionario.

http://www.rebelion.org/noticia.php?id=137500&titular=%BFno-estar%E1-siendo-todo-simplemente-un-robo?-


jueves, 13 de octubre de 2011

Palabras que no están funcionando

Los políticos han logrado el prodigio de comunicar constantemente la opacidad.

Algo no está yendo bien. De los dos métodos clásicos para obligar a alguien a aceptar aquello que le perjudica -la fuerza y la persuasión-, los gobernantes europeos han elegido el segundo: civilización obliga. La persuasión se consigue mediante una sutil elección de las palabras, para que cumplan su función de forma inconsciente. Lo describió con admirable franqueza Frank Luntz, asesor lingüístico del Partido Republicano, en su libro Words that work (Palabras que funcionan). En la década de los noventa se encargó de reformular su mensaje sobre el sistema asistencial, que era Preservar y proteger la Seguridad Social: "En mis encuestas y trabajo de campo", relata Luntz, "percibí que la mayoría de la gente era favorable, en realidad, a una postura más activa y comprometida. Preservar y proteger sugiere mantenerlo como está, mientras que fortalecer implica mejorarlo, y eso es lo que los mayores realmente querían (...). Docenas de diputados republicanos estuvieron de acuerdo".

Para seguir tan sencillas instrucciones, resulta irrelevante detenerse en las acciones que realmente se estén llevando a cabo: lo importante es forjar la percepción que los ciudadanos se hacen de ellas. Ya no es que la comunicación haya sustituido a la política; es que los políticos han logrado el prodigio de comunicar constantemente la opacidad. Por eso ni el PP ni el PSOE se molestaron en explicar las implicaciones de la reforma constitucional. Les bastó con cumplir un ritual de ventas cuyo eslogan pasaba por la idea demencial de que al introducir como "prioridad absoluta" el pago a los acreedores se garantiza la política social. En buena lógica, esa garantía se habría logrado elevando a prioridad constitucional el Estado de bienestar, pero las "palabras que funcionan" no están al servicio de la lógica, sino de la conquista de las mentes.

Sin embargo, algo no marcha como debiera. Los usos lingüísticos deben seducir, y la seducción nunca revela sus métodos. Las palabras deben sugerir, el discurso ha de resultar envolvente. Se trata de crear una mistificación -un marco, por usar el término de Lakoff- donde la persuasión fluya sin estridencias.

Cuando los gobernantes se ven obligados a pelear abiertamente por colocar sus conceptos, el engranaje se está atascando. Dolores de Cospedal pide a los periodistas con insistencia no hablar de recortes, sino "de una mejora de la gestión", mientras Esperanza Aguirre los niega una y otra vez. Se ven obligadas a rechazar de forma abierta la palabra "recortes", porque la seducción ha fracasado. Entonces la lógica se abre paso: no se salva la sanidad pública cerrando hospitales, no se tienen buenos médicos quitándoles media paga de Navidad; no se mejora la enseñanza aumentando el número de alumnos por aula ni se invierte en el futuro de un país reduciendo el presupuesto de Educación.

Hace algunos días el consejero delegado del BBVA, Ángel Cano, recomendaba a los periodistas que no emplearan la palabra "ricos", por su "enorme carga emocional", y sugería cambiarla por "personas de rentas elevadas". Sin embargo, se han oído pocas quejas respecto de otras palabras con una fuerte carga emocional que llevan tres años asentadas en el discurso dominante: miedo, pánico, pavor, nerviosismo, intranquilidad, incertidumbre, abismo, bancarrota, quiebra. Parece fuera de toda duda que la situación económica es pésima, pero si uno levanta la vista de esos folletines de terror en que se han convertido los periódicos, repara fácilmente en cómo el discurso del miedo se reconduce a favor de unas determinadas políticas y no otras. Quiebra Lehman Brothers, el sistema financiero mundial entra en crisis, ¿y nos hablan de mejorar la gestión hospitalaria? Estalla la burbuja inmobiliaria, se multiplica la morosidad de los constructores, a los bancos no les cuadran sus balances, ¿y hay que racionalizar el presupuesto de los institutos? Los hechos indican que han faltado buenos gestores, no en hospitales y colegios, sino en bancos, cajas y Ministerios o Consejerías de Economía. ¿En qué pliegue del camino se quedó el sentido? O, como diría el Clotaldo de La vida es sueño: "¿Qué confuso laberinto es este, donde no puede hallar la razón el hilo?".

Hemos llegado hasta aquí sin apenas sobresaltos sociales, pese a las altas cifras de parados, desahuciados, precarios; pese a las subidas de impuestos y las restricciones. El miedo ha abonado la persuasión. Pero junto a esta nueva oleada de recortes del 20%, que entran inmediatamente en vigor, se anuncia una tasita financiera del 0,01% para 2014, una segunda recesión y quizá nuevos rescates bancarios con más dinero de los contribuyentes.

Convertir en relato coherente esta alucinación va a requerir dosis de seducción sobrenaturales, justo cuando empezamos a percibir el fin del embrujo en las hordas griegas y en los asaltantes del Instituto Catalán de la Salud. El desparpajo con que los gobernantes piden que no llamemos recortes a los recortes muestra que las palabras han dejado de funcionar como esperaban los aventajados alumnos de Luntz. Intentarán darles cuerda como a un juguete averiado y, al constatar su inoperancia, descargarán su furia arrojándolo contra la pared. Porque allí donde falla la persuasión por la palabra, la violencia se pone a trabajar. El golpe fue siempre el recurso más convincente de la autoridad.

Irene Lozano es ensayista y periodista.
El País


domingo, 2 de octubre de 2011

Libro: "La hora del decrecimiento".


 "La hora del decrecimiento". 
Serge Latouche & Didier Harpagès
Ed. Octaedro


El crecimiento económico se ha vuelto insostenible para nuestro entorno. Pero la hora del decrecimiento no es solamente la de la urgencia ecológica, sino que, como proponen los autores, debe ser el momento de rehabilitar el tiempo, de trabajar menos para vivir mejor y de inventar nuevas formas de vida para recuperar el placer de la sobriedad.

El célebre economista y especialista del decrecimiento Serge Latouche, junto con Didier Hapagès, profesor de Ciencias económicas y sociales, ambos militantes del decrecimiento, exponen con claridad el proyecto decreciente en este libro breve y conciso.

Una lectura básica para todas aquellas personas que deseen abordar en profundidad los temas y las propuestas del decrecimiento.

sábado, 1 de octubre de 2011

Libro: "Cómo expropiar a los bancos". Núria Güell



"Cómo expropiar a los bancos"
(Com expropiar als bancs)
Núria Güell (coord.)
Editorial Melusina
 
 
Una guía sencilla y didáctica para expropiar a las entidades financieras.
Manual bilingüe castellano/català en el que se describe cómo pedir préstamos a los bancos y nunca devolverlos.