"Piratas y pateras"
El acaparamiento de tierras en África
Vicent Boix
Icaria Editorial
Tradicionalmente,
el campesinado se ha caracterizado por cultivar alimentos destinados al
consumo propio y a los mercados locales, llevando a la práctica un tipo
de agricultura respetuosa con el medio ambiente y cimentada en unos
conocimientos agronómicos que se han transmitido de generación en
generación. En muchos lugares el campesino o pequeño agricultor, con el
tiempo se fue abriendo al mercado. El objetivo ya no era cultivar para
comer, sino hacerlo para vender la siembra y poder comprar la comida y
otras necesidades. La denominada “revolución verde”, acaecida a mediados
del siglo XX, favoreció este proceso ya que consiguió aumentar la
productividad, gracias a la mecanización del campo y a la utilización de
semillas mejoradas y productos químicos. El otrora agricultor libre, se
hizo dependiente de los “paquetes tecnológicos” y de las exigencias de
los mercados.
Inicialmente muchos pequeños agricultores lograron sobrevivir e
incluso progresar, aunque con la expansión de las políticas
neoliberales, la agricultura tradicional y campesina ha entrado en una
clara recesión. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas
para la Agricultura y la Alimentación (FAO, por sus siglas en inglés),
la agricultura ocupaba al 52% de la población económicamente activa a
nivel mundial entre los años 1979 y 1981, porcentaje que disminuyó hasta
el 40% en 2010. Igualmente, la población rural mundial que en 1979-81
sumaba el 61% del total cayó en 2010 hasta el 49%.[1]
Por el contrario, en ese mismo intervalo de tiempo las exportaciones y
las importaciones agrícolas se multiplicaron por cinco, lo que viene a
indicar que el modelo agrícola exportador e intensivo está expulsando a
los agricultores del campo.
Y es que el principal problema que enfrenta la agricultura
agroexportadora, entendida como una mercancía más dentro del
supermercado global, es que las diferentes fases de la cadena
agroalimentaria (semillas, insumos, intermediación, distribución,
transformación, venta, etc.) se concentran cada vez en menos manos, y
esta situación de oligopolio da fuerza a estas “manos” que determinan
todo tipo de condiciones.
Según la Rural Advancement Foundation International (renombrada como “Grupo ETC”) el 67% del comercio mundial de semillas era manejado en 2007 por 10 grandes multinacionales (DuPont, Syngenta, Limagrain, Bayer, etc.). Solo Monsanto detentaba casi el 25%. De acuerdo con la misma fuente, 10 empresas controlan el 89% del comercio de agroquímicos (Bayer, Syngenta, Dow, Monsanto, etc.). De ellas, las seis más poderosas también participan del negocio de las semillas.[2]
En 2008, año en el que se produjo la primera de las crisis
alimentarias de este siglo XXI, las empresas transformadoras lograron
importantes réditos según la Genetic Resources Action International (GRAIN): “…las
ganancias de Nestlé de 2008 subieron un impresionante 59 por ciento, y
el incremento de Unilever se acercó al 38 por ciento”.[3] Durante
esos meses también aumentaron los precios de los agroquímicos, por eso
muchos agricultores no pudieron adquirirlos y sus plantaciones
intensivas sufrieron pérdidas. Pero, Monsanto aumentó sus beneficios un 120% respecto a 2007, Bayer un 40%, Syngenta un 19% y Dow un 63%.
Estos eslabones de la cadena alimentaria (agroquímicos y semillas) no
son los únicos que han logrado aumentar sus réditos. Otro muy
importante, que ha provocado la desesperación de millones de
agricultores es la intermediación, es decir, el eslabón que acerca los
alimentos del campo al supermercado. La situación en este caso es
similar a los anteriores. Unas pocas empresas, tanto a nivel nacional
como internacional, están situadas entre millones de agricultores que
producen alimentos y millones de consumidores que los adquieren. Algunas
de ellas los transforman, y según ETC, el 26% del mercado mundial de
comestibles empaquetados es colmado por 10 transnacionales (Nestle, Pepsico, Kraft, Coca-cola, Unilever, Danone, etc.).[4]
En frutas y verduras sin transformar, la intermediación es entre los
mayoristas y minoristas, y en otros casos es la distribución moderna
(supermercados) quién adquiere directamente los productos del agricultor
o del mayorista.
En cualquiera de los tres casos mencionados, la tónica general es que
la intermediación, la transformación o la distribución moderna,
haciendo gala de su posición dominante en la cadena alimentaria, imponen
unos precios de compra irrisorios al agricultor y se los incrementa al
consumidor logrando una plusvalía en algunos casos insultante.
Las materias primas en el siglo XXI, una gran inversión
En las últimas décadas, la desregulación en los mercados provocó que
las inversiones productivas en la economía real fueran perdiendo peso en
favor de las inversiones financieras, que acamparon en diversos
mercados para succionarlos y luego escapar de las crisis que creaban en
busca de nuevos mercados. A la inversión financiera se le achaca, entre
otras, la “burbuja de las punto.com” y la “crisis de las subprime”.
En la búsqueda de inversiones seguras el capital financiero aterrizó
en los mercados de futuros, donde alimentos y materias primas agrícolas
son una parte muy importante del mismo (también se negocia con petróleo,
metales, etc.). Como ejemplo podríamos plantear el siguiente caso
hipotético: una cooperativa de agricultores acude a uno de estos
mercados y, tras negociar con una empresa de harina, vende 30 toneladas
de trigo, a entregar en enero de 2014 y a un precio de 225 dólares la
tonelada. Para ello se firmaría un “contrato de futuro”, es decir, un
título en el que se detalla la transacción. Importante subrayar que en
los mercados de futuros no se negocian mercancías físicas (trigo) sino
contratos para vender/comprar mercancías físicas futuras (trigo en enero
de 2014).
Estos mercados nunca estuvieron exentos de la especulación y otras
prácticas alejadas del comercio real de materias primas, ya que los
contratos sobre mercancías futuras dan mucho margen a la variación de
precios antes de la fecha de entrega real. Pero como se decía, diversas
medidas liberalizadoras junto a crisis en otros mercados, originó que el
capital financiero (fondos de cobertura, de pensiones, etc.) invirtiera
a gran escala en los mercados de futuros. Los activos financieros en
materias primas crecieron de los 5.000 millones de dólares en el 2000
a450.000 millones en 2011.[5]
Desde entonces el mundo vive en tensión debido al incremento de los
precios de los alimentos que originó una crisis alimentaria en 2008 y
otra inacabada en 2010 que está causando estragos en el Cuerno de África
y el Sahel. Desde el principio se intentó esconder el motivo real de
las crisis y se argumentó que la causa era el desequilibrio en la oferta
y la demanda de alimentos, aunque con el tiempo y ante los hechos la
realidad se hizo visible. Como se ve en la gráfica, existe una relación
palpable entre la actividad inversora y el incremento de precios. Y la
realidad es que mientras en el África Subsahariana está muriendo gente
de hambre, el grupo de inversión Goldman Sachs ganó más de 5.000 millones de dólares en 2009 especulando en materias primas, lo que supuso un tercio de sus beneficios netos.[6]
Elaboración propia con datos de GRAIN, FAO e Instituto Internacional de Finanzas.[7]
La tierra, el último eslabón por controlar
La cadena agroalimentaria en un gran y suculento negocio. Así lo
demuestran los balances de ciertas transnacionales, como también queda
claro tras analizar el vertiginoso aumento del capital financiero en los
mercados de materias primas. Para los inversionistas el futuro es muy
esperanzador. Saben que la gente puede dejar de pagar su hipoteca pero
siempre tendrá que alimentarse. Además se ha normalizado, se ha
institucionalizado y se ha aceptado sin rechistar, un incremento de los
precios de los alimentos (y su volatilidad) que se creó artificialmente
en los mercados. Desde organismos como la FAO se anuncia y se asume sin
más, que la humanidad enfrentará una época de alimentos caros aunque
ello suponga aceptar un status quo en el que millones de personas pasan hambre.
Si bien todavía no hay escasez, la ecuación entre la oferta y la
demanda de alimentos y materias primas agrícolas tenderá a comprimirse
si no se toman medidas, porque sigue creciendo exponencialmente la
población mundial, y sobre todo, porque el futuro energético de los
países ricos dependerá de los agrocombustibles, todo ello, en un planeta
amenazado por un cambio climático que está comprometiendo la capacidad
hídrica de muchas naciones, degradando los suelos, alterando la
productividad y afectando los rendimientos en diversas zonas típicas de
cultivo.
La idea esencial es que, en tiempos de crisis económica y recesión,
resulta que la agricultura se presenta como un mercado apetitoso y con
un prometedor futuro. La demanda está más que asegurada, es más, crecerá
vertiginosamente.La propia FAOha estimado que la producción mundial de
alimentos se deberá duplicar para el año 2050.
La oferta, por el contrario, es el gran pastel a dividir y por ello
naciones, inversionistas y transnacionales empiezan a mover fichas para
garantizarse su porción. Teniendo en cuenta que ciertos eslabones de la
cadena alimentaria exportadora ya están acaparados por multinacionales
(semillas, intermediación, etc.) y teniendo en cuenta que los mercados
de futuros están atiborrados de inversionistas y especuladores, solo
queda un eslabón por conquistar: la tierra.
Esta es imprescindible y hasta el momento es un recurso natural que,
dependiendo de países, puede ser más o menos accesible para la
ciudadanía. El campesino y pequeño agricultor puede eludir las semillas
patentadas, los agroquímicos y los canales tradicionales de
distribución; mientras que el consumidor puede evitar las grandes
superficies comprando alimentos sanos y de temporada directamente al
productor. Para que sigan activos estos canales sostenibles y
agroecológicos solo hace falta la tierra, que ahora, está en el punto de
mira del capital. He aquí la gran amenaza para la soberanía
alimentaria, especialmente en las naciones y comunidades empobrecidas
que suelen auto abastecerse a través del auto consumo y de los mercados
locales.
* El autor es Investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana – Fondation Charles Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor de los libros El parque de las hamacas y Piratas y pateras. Artículo de la serie “Crisis agroalimentaria”-
[1] Anuarios estadísticos de la FAO 2004 y 2010.
[2] ETC: “¿De quién es la naturaleza?”, noviembre de 2008.
[3] GRAIN: “Las corporaciones siguen especulando con el hambre”, abril de 2009.
[4] ETC: “¿De quién es la naturaleza?”, noviembre de 2008.
[5]
GRAIN: “El negocio de matar de hambre”, 28 de abril de 2008 y LA CAIXA:
“Especulación en los mercados de materias primas: ¿culpable o
inocente?”, Informe Mensual octubre 2011.
[6] KNAUP, H., SCHIESSL y M., SEITH Y.A.: “El hambre cotiza en bolsa”, en El País, Madrid, España, 4 de septiembre de 2011.
[7] LA CAIXA: “Especulación en los mercados de materias primas: ¿culpable o inocente?”, Informe Mensual núm 350, Octubre 2011.